Nuestro Padre Jesús Nazareno

La llegada de la imagen de Jesús Nazareno a la localidad de La Algaba alteró por completo el esquema devocional del municipio y el de la propia hermandad, en la que el Titular primitivo, el Dulce Nombre de Jesús (imagen de un Niño Jesús al que colocaban atributos pasionistas en Semana Santa), dejó de ser un referente de la religiosidad popular en pos del icono que representa la II estación del Vía Crucis, el momento en el que el Hijo de Dios carga con el Santo Leño hacia el Calvario.

Esta iconografía bebe de los postulados del Concilio de Trento, de hecho, las primeras imágenes pasionistas de los Nazarenos datan de finales del siglo XVI, cuando la Contrarreforma difunde su devoción, que logra conectar de inmediato con el pueblo. El crucificado -icono surgido en la Edad Media- era hasta entonces (junto con el grupo escultórico de la Piedad) la principal representación de la Pasión de Cristo.

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 En los albores del Barroco y con la consolidación del Estado Moderno, toma cada vez mayor difusión la imagen de Jesús con la Cruz al hombro, más acorde con el movimiento y la teatralidad que impone la nueva corriente artística, que busca, ante todo, humanizar la religión para que su mensaje cale de inmediato no sólo en los creyentes, sino principalmente en aquéllos que sufrieran dudas de Fe. Los primeros Nazarenos son de talla completa, cargan con la cruz (más bien la muestran) al modo que lo hace Nuestro Padre Jesús Nazareno de la Hermandad del Silencio de Sevilla y están impregnados del canon manierista. Hasta bien entrado el siglo XVII no se produce una evolución en esta representación, a la que el genio de la imaginería, Juan Martínez Montañez, la dota de una naturalidad y equilibrio que la llevan a las más altas cotas del arte. Ejemplo de esta excelenciae es la imagen de Jesús de la Pasión. A partir de este modelo de Nazareno, sus discípulos y otros imagineros contemporáneos van realizando distintas versiones, algunas con rasgos tan personales de su autor que con el paso de los siglos se convertirá nen iconos de devoción mundial, como es el caso de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, en el que se pierden por completo el equilibrio y la mesura montañesinas a favor de un dinamismo y una fuerza expresiva propias de la obra de Juan de Mesa. Es el triunfo del Barroco pleno, que no se detiene en el siglo XVII, sino que continua en centuria dieciochesca. En la frontera de ambos siglos los expertos en Historia del Arte sitúan la bella imagen del Nazareno algabeño. 

Según el acta de cabildo de 1686, firmada por Antonio de Carmona, párroco de la villa y secretario de la hermandad, la corporación adquirió esta magnífica talla en la década de los 70 del siglo XVII. Sobre su posible autoría existen varias hipótesis. Una de ellas la acerca a la escuela de Luisa Ignacia Roldán Villavicencio (conocida popularmente como “La Roldana”), al encontrar cierta similitud con los rasgos estilísticos del Ecce Homo que se venera en la Catedral de Cádiz y que talló la que acabo convirtiéndose en escultora de cámara de Carlos II y Felipe V. Teorías más recientes descartan tal posibilidad y vinculan el Nazareno de La Algaba con la obra de Cristóbal Pérez, autor documentado de Nuestro Padre Jesús Descendido de la Cruz, de la sevillana Hermandad de la Sagrada Mortaja, y discípulo de Roldán. El doctor en Historia del Arte, Andrés Luque Teruel, basa dicha hipótesis en los rasgos estilísticos y técnicos coincidentes entre la referida talla y la de Nuestro Padre Jesús Nazareno, similitudes que amplía a la Virgen de la Piedad de la referida corporación del Viernes Santo y a los Titulares de la Macarena: el Señor de la Sentencia y la Virgen de la Esperanza.



De lo que no hay duda es que nos encontramos ante uno de los Nazarenos más bellos y de mayor calidad artística de la provincia de Sevilla, muestra del Barroco andaluz. Todos cuantos lo visitan destacan la gran unción sagrada que posee, merecedor de la inmensa devoción que se le profesa no sólo en el municipio algabeño, sino en toda la comarca de la Vega.


Intervenciones sobre la obra

A lo largo de los siglos esta bella talla ha sido sometida a diversas restauraciones. Con toda probabilidad en el XVIII se le practicó una intervención para colocarle los ojos de cristal (algo frecuente en aquella época) y se le dispuso una nueva policromía. Ya en el siglo XX hay otras tres restauraciones documentadas. La primera la efectuó Fráncico Buiza en 1977. Fue la de mayor repercusión, pues cambió por completo su fisonomía. Se eliminó el anterior cuerpo, con pronunciada curvatura, y se le talló uno nuevo, más esbelto, erguido y anatomizado, acorde con la estética del neobarroco. Se sustituyeron también los antiguos pies (que se conservan en un relicario que posee la hermandad) y su peculiar zancada (que era a la inversa de la mayoría de los Nazarenos, con el derecho adelantado y el izquierdo detrás). 

Dentro de la corriente neobarroca, se amplió, además, la cabellera para crear una larga melena.  Una segunda intervención llegaría en 1998 de manos de Antonio J. Dubé de Luque, quien se limitó a sustituir los brazos y fijar un nuevo sistema de articulación, así como a practicar una limpieza en las manos, cuya policromía se encontraba bastante deteriorada y repleta de repinte de distintos barnices.


Entre 2011 y 2012 fue realizada la última intervención sobre la imagen de Jesús Nazareno. En esta ocasión el encargado de dicha tarea fue el restaurador Enrique Gutiérrez Carrasquilla, quien, después de muchos años, acometió una limpieza íntegra de la policromía, muy oscurecida. Durante estos trabajos se recuperó la capa que se le había aplicado en el siglo XVIII al resultar imposible hacerlo con la del XVII que se encuentra debajo, debido a su deficiente estado.